Un día me di cuenta de que iba damasiado deprisa, de un lado a otro, de una cosa a otra sin parar. Fue una contractura en la espalda la que me ayudó a darme cuenta de acelerado ritmo, el cuerpo avisa de muchas formas pero la mayoría de las veces no interpretamos esas señales como signos de «peligro» y por tanto no hacemos caso de ellas.
Decidí disminuir mi ritmo, hacer una contención consciente. Me imponía andar despacio, no empezar una cosa hasta haber terminado la anterior y tomarme un tiempo entre ellas. Todo me parecía relentizado alrededor y mi sensación era de estar parada «perdiendo el tiempo», con tantas cosas que tenía que hacer.
Pienso que nuestras programaciones son las que marcan nuestro ritmo, nos metemos en ese «tengo que, tengo que..» agobiante y nos perdemos las sensaciones que tenenos en ese incesante correr para cubrir objetivos. Otras veces nos ponemos al son del ritmo de las personas que están a nuestro lado y nos esforzamos en ser tan rápidos o y tan lentos como ellos, en cualquier caso, no respetamos nuestro ritmo y será nuestro cuerpo el que tenga que actuar para que entremos en razón o nuestra mente gritará con voz de estrés y agotamiento para que la escuchemos.
Cuando no estamos atentos a nosotros y nos pasamos por encima sin respeto por nuestro ritmo, entramos en un ciclo de agotamiento que funciona como una espiral devastadora para nuestro organismo y amenaza nuestro equilibrio emocional.