Las vacaciones suponen el único periodo del año en que disponemos del tiempo para hacer lo que nos gusta, que es lo que entendemos por «disfrutar de la vida». Así que ¿cómo no sentirse triste cuando éstas terminan?. Si ya resulta difícil madrugar cada lunes y llegar al trabajo con la sonrisa puesta, lo mismo sucede, pero a mayor escala, cuando volvemos de vacaciones. Nuestro cuerpo y nuestra mente se han abonado a la buena vida durante el descanso estival, ¡qué fácil resulta abonarnos a lo bueno!, y ahora lo que toca es acostumbrarlos de nuevo a la rutina diaria.
Por regla general, tras reincorporarnos a nuestra rutina y pasados unos días, nuestro organismo vuelve a habituarse al ritmo de vida cotidiano, y ese estado pasajero de desánimo que a casi todos nos acompaña los primeros días de septiembre desaparece pasados unos días.
La vuelta produce ciertos desajustes en los hábitos, vamos que altera nuestros biorritmos y de eso se hacen eco las páginas de los periódicos y lo noticiarios, encuadrando los síntomas de irritabilidad y tristeza pasajera que conlleva la adaptación, bajo el nombre de Síndrome Posvacacional.