Después de terminar su jornada laboral en el campo, el grupo de trabajadores se disponía a marchar a casa dónde les esperaba su merecido descanso. Uno de ellos, por muchos esfuerzos que hizo, no lograba arrancar su coche y pidió ayuda al capataz, que gustoso le ofreció marchar con él hasta su casa para poder ponerse en contacto con el mecánico.
Tras recorrer el camino, el hombre aparcó frente a su casa, invitando a su compañero de viaje a que le siguiera. El capataz se alejó por un momento de su acompañante y se dirigió hacia un precioso árbol situado frente a su hogar, una vez allí comenzó a hacer una serie de gestos que el empleado interpretó como «raros», pues movía los brazos hacia arriba apuntando a las ramas del árbol. Después se reunió con el hombre que le esperaba atónito y juntos llamaron a la puerta de la casa.
Al abrirse la puerta apareció una mujer que se lanzó a besar y abrazar a su esposo e inmediatamente tres niños corrieron para echarse en los brazos de su padre, gustosos de su abrazo.
El obrero telefoneó al mecánico y muy agradecido se despedía de su jefe cuando intrigado, le dijo, «no puedo marcharme sin preguntarte ¿que hacías frente al árbol que está en la puerta de tu casa?
El hombre, sonriendo, le respondió, «cuando llego a casa después de todo un día de trabajo, dificultades, problemas y algunos sinsabores, suelo colgarlos todos en el árbol antes de entrar en casa, de esa manera puedo abrazar a mi esposa y a mis hijos libre de preocupaciones y entregarme por completo a ellos. A la mañana siguiente cuando salgo de casa para ir de nuevo al trabajo, vuelvo al árbol a recoger mi mochila pero, ¿sabes?, siempre me encuentro muchos menos problemas de los que deje la noche anterior.