Hoy quiero rendir mi homenaje a unas PERSONAS, Fer y Mónica, que han crecido a través del dolor más intenso, que han superado lo que pensamos que es insuperable y han encontrado el sentido de su vida atravesando y venciendo el sufrimiento.
GRACIAS POR VUESTRA VALENTÍA, ES UN REGALO PARA EL MUNDO.
Para mí es un honor que mi queridísima amiga María Guerrero me haya pedido que participe en este maravilloso blog relatando una experiencia de mi vida que para mí haya sido importante y que pueda resultar de ayuda a alguna persona.
Mi experiencia se llama Nano, es mi niño, mi hijito mayor, y el cómo su vida y su muerte, y el mayor de los dolores puede convertirse en la lección más importante de toda una vida, la experiencia más espiritual, más profunda y aunque suene raro decirlo, más hermosa de toda mi existencia.
No me toca aquí relatar las circunstancias de su vida y su muerte, ya que me extendería mucho, demasiado. Baste decir que él nació muy enfermo, después de un embarazo maravilloso, tras dos pérdidas que habíamos sufrido con antelación, y que venía a cumplir nuestro mayor sueño. Su nacimiento fue un tremendo shock, y la noticia de que iba a morir fue devastadora. Imposible relatar aquí la desolación que causó aquella llamada, el sentimiento de mutilación que experimenta una madre cuando le arrancan a su hijo, imposible describir qué se siente cuando lo único que puedes hacer por tu bebé es acariciarlo mientras lo ves vivir entre dolores y padecimientos, imposible de explicar qué se siente al cogerle de la mano mientras agoniza y abrazarlo mientras muere, qué se siente cuando llevas con tus propias manos su ataúd blanco y le das un último beso.
Mi niño era precioso, angelical, un niño que transmitió paz a todo aquel que lo conoció. Vivió 23 días en una UCI, y no soy capaz siquiera de acercarme a imaginar cuánto debió sufrir él, pero fueron unos días increíbles, llenos de un dolor inmenso pero también de mucha luz y paz, una paz muy bella que nos transmitía él. No nos explicamos cómo se produjo aquel milagro, pero cada vez que estábamos con nuestro hijo, a nuestras cabezas sólo venían las palabras paz, amor, tolerancia, paciencia, sabiduría, perdón…Los dos “sentíamos” que nos decía que no debíamos sufrir por él. Cada vez que yo rompía a llorar mientras lo acariciaba, me invadía una sensación indescriptible, mi lenguaje no es capaz de expresarlo.
Finalmente, casi un mes después de nacer pilló una infección a la que su cuerpecito tan débil no pudo hacer frente. Entró en sepsis, y unas horas después, el 5 de noviembre en la madrugada se marchó. Se dice que una de las más bellas experiencias del mundo es el momento de ver nacer a un hijo. Yo a día de hoy puedo asegurar que hay una que la supera: mi hijo murió en mis brazos, y esa es, sin duda, la experiencia más grande, más intensa, y por qué no decirlo, más bella de toda mi existencia. La noche que él murió, nos invadió una paz increíble, cogidos de la mano el sentimiento de dolor más desgarrador que se pueda experimentar pero también la luz y el amor más grande que jamás hubiera soñado sentir.
Ha sido tras su marcha cuando todo ha adquirido un nuevo significado y cuando podemos ver las cosas con claridad… el crecimiento a través del dolor, el absoluto convencimiento de nuestra inmortalidad, el sentido de la vida, y la seguridad de que todo esto es un paréntesis, que Nano está esperándonos con una sonrisa en el otro lado, que no es un adiós, sino simplemente un hasta luego.