Una vez un guerrero indígena muy respetado y la hija de una mujer, que había sido matrona de la tribu, se enamoraron tan profundamente que decidieron casarse, para lo cual tenían el permiso del cacique de la tribu.
Pero, antes de formalizar el casamiento, fueron a ver al brujo, un hombre muy sabio y poderoso que tenía elíxires, hiervas y conjuros maravillosos para saber si los astros estaban a favor y si los dioses los iban a proteger.
El brujo les dijo que ellos eran buenos muchachos y que no había ninguna razón para que los dioses se opusieran; sin embargo, ellos le dijeron que querían hacer algún conjuro que les diera la fórmula para ser felices por siempre.
-Bueno – les dijo el brujo – , hay un conjuro que podemos hacer, pero no sé si están dispuestos porque es bastante trabajoso.
– Sí, claro – respondieron ellos.
Entonces el brujo le pidió al guerrero que escalara la montaña más alta, que buscara allí al halcón más vigoroso, que volara más alto, que le pareciera más fuerte, que tuviera el pico más afilado y que, vivo, se lo trajera.
A ella le pidió que se internara en el monte, que buscara el águila que le pareciera la mejor cazadora, que volara más alto, que fuera la más fuerte y la de mejor mirada. Tenía que cazarla sin ayuda de nadie y llevársela viva.
Cada uno salió a cumplir su tarea. Cuatro días después volvieron con el ave que se les había encomendado y le preguntaron al brujo: -«¿Ahora qué hacemos con ellas?». El brujo les respondió:
-Vamos a hacer el conjuro. ¿Volaban alto, son fuertes y sanas sus alas e independientes sus vuelos?
– Sí – contestaron -. Muy bien – dijo el brujo -, ahora átenlas entre sí por las patas y suéltenlas para que vuelen
Entonces el águila y el halcón comenzaron a tropezarse. Intentaron volar, pero lo único que lograban era revolcarse en el piso, haciéndose daño mutuamente, hasta que empezaron a picotearse entre sí. Entonces el brujo les dijo: – Éste es el conjuro: si ustedes quieren ser felices para siempre vuelen juntos pero jamás se aten el uno al otro.