La dependencia emocional es el miedo a la libertad y se caracteriza por comportamientos sumisos, falta de confianza, dificultad en la toma de decisiones, inhabilidad para expresar desacuerdo y por un temor extremo al abandono, la soledad y la separación. Es la tirana encargada de construir nuestra prisión interior mediante alianzas con el miedo, la pasividad, la negación de la realidad y los sentimientos de culpa. Hace parte del carácter y se nutre de circunstancias desafortunadas en la infancia de cada quien. La dependencia emocional se manifiesta en lo afectivo, sexual, laboral, profesional, social y económico.
El noviazgo, la luna de miel, las ‘parejas sin problemas’ o las ‘familias perfectas’, son idealizaciones que no se sostienen mucho tiempo. La discusión franca puede generar dolor, rabia y dudas, pero es la única forma de llegar al fondo de las diferencias. Callar o conciliar por comodidad es un grave error, pues impide la solución de los problemas. La realidad nos demuestra que las familias más enfermas son las aparentemente impecables, donde nadie levanta la voz, no se discute y no hay diferencias importantes. En estas familias, donde todo aparenta armonía, bondad y dulzura, se cocinan en secreto grandes rencores y profundas frustraciones.
Cuando el empresario intuye la necesidad de emprender grandes cambios para superar las dificultades de su negocio, pero se espera pasivamente a que fuerzas externas ejecuten dichos cambios por él, se encuentra la quiebra a la vuelta del camino. El credo de los dependientes incluye: «¿Para qué incomodarme, para qué cuestionar la honestidad de mi brazo derecho en la empresa, o criticar a mi empleada de confianza, o exigir un cambio a mi cónyuge, o hablarle claro a mi hijo, o armar una discusión, si de pronto se me daña este equilibrio? y…qué pereza…». No. No se trata de luchar tampoco… Se trata más bien de aceptar…
La tiranía interior

