Sé que pasarás la noche jugando al escondite ansioso entre el salón, el baño y la alcoba. Oigo tu pisar inquieto en la noche larga, larga. Me abrazo a la almohada sabiendo que no puedo hacer nada.
Mientras golpeabas la pared con furia hasta hacerte sangre y gritabas que ¡ya está bien, ya está bien…!, de tropiezos, de noes, de fracasos apilados como platos a las puertas de tu casa, asistía con pesar a una escena tristemente traqueteada, sin poder hacer nada.
Con dolores de cabeza para nada inventados , con portazos a deseos que un día fueron reales, envenenando la sangre a base de rabias y resentimientos, de palabras gruesas, malolientes, descubrí, testigo de ti , que apenas puedo hacer nada.
Sé que a esa niñez, como a tantas, se le negó el calor y el cobijo de unos pechos calientes y que nadie, nadie, se acercó nunca a espantarle los fantasmas de su alma.
Sé muchas cosas, es verdad.
La que más me duele es saber-sentir que no puedo hacer nada.
Valentín Turrado