Deseos desde una tierra que sigue sin ser santa
Contigo, amor, contigo.
Amanecer al horizonte del lago Kinneret,
abriendo los brazos a un sol que se desespereza;
beber vino fresco y dulce de Caná en vasija de barro cocida para el agua,
pronunciando las palabras eternas de los enamorados;
visitar la vieja comunidad de Qunrrán al sol abrasador del mediodía,
recitando los viejos salmos del que está pronto para llegar,
a la espera de un Mar Muerto degustado entre lodo y sal;
sumergirse en las oscuras aguas del Jordán
para que los peces coman las tristezas y los callos de los pesares
escuchando desde lo alto bendiciones amables;
volar sobre los cuernos de Jitin para confesar
que al pobre corazón lo gobiernan varios amos;
acampar en la tienda negra de algodón junto a los beduinos,
¡vivir no es otra cosa que vagabundear hasta el oasis prometido!;
soñar en Jericó las cosas que un día fueron imposibles,
indecibles desde un Monte Nebo que sólo avistaba tierras áridas, muertas;
recostar la cabeza en los viejos olivos de un lugar que antes eran monte
para sentir que los árboles y el alma lloran cuando están solos y abatidos;
parar todos los sentidos que mueven el cuerpo,
al callarse las máquinas en aquel que siendo tan grande le llaman mar,
en el viejo barco que un día fuera de pescadores;
cabalgar a lomos de un jumento en un viaje sin retorno
alimentándose del fruto de las palmeras, higos secos y olivas verdes,
del mensaje con sabor a campo de un hombre que es del Norte,
saboreando un nuevo nombre para el Dios que abarca a todos
y rumiando mantras que no dejan de decirnos a los ojos que la salvación es amarnos;
aceptar las dudas y la fe desde las colinas que graban Jerusalén,
– ciudad de piedras enterradas y odios necesitados de scanner –
desde un muro que es de lamentaciones
y una explanada amplia que abrazan dos mezquitas,
desde unas calles ocupadas a golpe de fuerza y de mentiras,
de vendedores que antes fueran ambulantes
y de otras vías cortadas a miradas que no fueran de los propios moradores;
recorrer la propia historia, tejida en calvarios, en resurrecciones,
bebiendo las lágrimas ajenas y propias del camino,
maldiciendo sanedrines, palacios invasores, a sus ocupantes,
a los pueblos que repiten las consignas;
enjugar los odios y las torpezas de apellidos judíos, palestinos,
que están a muchas leguas de desear ser el Shalom y la concordia.
Acallar los dioses que nos separan,
los nombres que hacen noche del encuentro,
los muros, las vergüenzas de los cientos de Ariel Sharon,
las pedradas que quisieran destruir al poderoso a base de codazos, de enjambres.
Pase de largo la paz que no se asienta en la justicia,
los miedos, los recelos, las venganzas, las mordidas, los abusos,
los que quisieran dejar ciegos a los que antes quedaron mancos.
Que corran las aguas desde los altos del Golán hasta los mares
de un desierto que también tiene derechos.
Volvamos a nuestras casas, a las tiendas de los justos.
Enterremos las armas todas en el Valle de Josafat
y pongamos en nuestras tumbas algo más que piedras,
flores de esperanza.
No corráis tras de los muertos, dejadles descansar en paz.
¡Basta de matar otra vez al Galileo!.
Va camino de Emaús,
contigo, amor, contigo..
Valentin Turrado
17 de agosto de 2011