Pasamos once meses esperando que llegue el verano y con el las ansiadas vacaciones, la playa, el sol, el descanso. Once meses planeando lo que queremos hacer, dónde queremos ir, ilusionados con dejar atrás la rutina de cada, anticipando un tiempo feliz.
Las estadísticas nos dicen que es precisamente en esta época estival, cuando se producen el mayor número de separaciones entre las parejas. En septiembre, acabadas las vacaciones, una de cada tres parejas pide el divorcio y según fuentes de estudios realizados en la Región de Murcia, lo hacen en mayor número las parejas que están menos de cinco años de convivencia y las que llevan más de veinte años.
Para una pareja bien avenida el verano es una fuente estímulo y satisfacción. Es la época en la que disponen de más tiempo para compartir, estar juntos y realizar muchas de las actividades que no son posibles en otros épocas.
Sin embargo, para las parejas cuya vinculación es más débil o que arrastran problemas y situaciones por resolver, llegan al verano con sus mochilas llenas y disponer de más tiempo juntos puede activar esa bomba de relojería que va marcando su tic tac durante todo el año y a veces más.
Durante el año laboral, cada uno está centrado en sus respectivas obligaciones y la rutina cotidiana está dispersa en el trabajo, los niños, las compras, la familia, los amigos… Siempre hay una tarea o una actividad que ocupa el tiempo libre, de este modo la pareja no pasa a penas tiempo a solas. Al llegar a casa, en el mejor de los casos, el diálogo se centra en las vivencias cotidianas, que si las notas del mayor… que si mi me jefe o mi compañera o mi empleado es, ha dicho….que si me madre o la tuya…
Estando así las cosas, la probabilidad de que ocurran disfuncionales se minimiza y la vivencia se rutiniza hasta el punto de no poner conciencia en nuestras necesidades, en nuestros sentimientos y en como estamos en nuestra relación, creemos que todo está bien porque aceptamos lo «normal» como bueno.
Cuando llega el verano y se quedan atrás las conocidas rutinas es cuando se pone de manifiesto lo que realmente hay en la pareja. El hecho de estar más tiempo juntos pone de relieve el conocimiento que cada uno tiene del otro, lo que cada uno acepta y rechaza del otro, así que fácilmente pueden saltar chispas.
¿CUALES SON LOS INGREDIENTES PARA COCINAR EL DIVORCIO?
– El primero es la falta de comunicación o comunicación disfuncional sostenida. Impide que se fortalezca el encuentro verdadero y profundo entre la pareja.
– Acumular conflictos sin resolver. Existen grandes los conflictos y los conflictos cotidianos. Los grandes suelen tener menos frecuencia pero si no se resuelven adecuadamente generan muchos conflictos cotidianos, que llenan nuestras mochilas.
– La falta de confianza de que el otro es capaz. Cuando no le creemos capaz, nos ponemos por encima y nos creemos con el derecho a decirlo que y como tiene que hacer las cosas. Entonces le infravaloramos, ridiculizamos y sobre todo colaboramos en que se termine sintiendo poco capaz y alberge resentimiento contra nosotros.
– La exigencia. Cada uno tiene su manera de hacer las cosas y expresar sus sentimientos. Es muy común que esperemos del otro que haga por nosotros las mismas cosas que hacemos por él y lo peor es que esperamos que las haga como y cuando queremos. Si pensamos de este modo, estamos condenados a la decepción permanente y por supuesto a la queja cotidiana.
– Ausencia de estímulos de vida, ¡buenos días, ¿has descansado?, ¡que buena está comida!, ¡gracias por estar conmigo!, ¡que guapo/a estás!, me gusta esto que has dicho, hecho….un beso, una caricia…
Me gusta llamar a estas expresiones estímulos de vida porque alimentan la vida de las relaciones día a día.
Hay muchos más ingredientes sin duda, pero me parece que éstos son de los más importantes para empezar a poner la conciencia que nos permita cambiar hábitos nocivos en nuestra vida de pareja e introducir la calidad que fortalezca la relación.
No calles lo que piensas y sientes
La pareja que no suma, siempre resta.
porque todo lo que no une, separa.