Yo no puedo describir el cómo ese dolor tan desgarrador y este niño tan especial han obrado el milagro, las múltiples sensaciones que he sentido, el despertar de la conciencia que ha supuesto en mi vida. Mi vocabulario no tiene palabras para intentar describirlo, y ni siquiera lo intento. Pero sí que puedo asegurar que a través de su vida, su muerte, el dolor de su pérdida he aprendido que Dios es amor, que esta vida es un precioso regalo que nos han hecho para que podamos crecer, aprender, adquirir conocimiento, y que los golpes más fuertes y las pérdidas más grandes, dentro del dolor tan grande y la crueldad que suponen, son, en realidad, una oportunidad única que nos da la vida para hacernos mejores.
Lo único que puedo hacer por él es honrar mientras viva su vida y su muerte adquiriendo toda la sabiduría que me sea posible, poniendo mi vida al servicio de los demás, sacudiéndome la rabia, la ira, la culpa, en definitiva, aprendiendo a amar… son conceptos complicados, este mundo es una constante lucha y es muy difícil en ocasiones vivir en la espiritualidad cuando estás pensando en trabajar para pagar la hipoteca, cuando los que te rodean te hacen daño, cuando te dejas llevar por el estrés y el ritmo frenético del día a día, porque, por desgracia, vivimos en un mundo materialista donde hay poca cabida para la espiritualidad…. Pero en el fondo de mi corazón sé que intentándolo estoy haciendo lo correcto, qué sólo hay un camino correcto a seguir y es éste mucho más difícil que el otro, pero que finalmente hay una única verdad absoluta y he de llegar a ella….
Nada queda cuando morimos, nuestros triunfos y éxitos profesionales, las posesiones que llevamos toda la vida atesorando, los cuerpos esculturales, pero sí que hay algo que permanece, nuestra alma, nuestras buenas acciones, todo lo que hemos aprendido a través de ellas, nuestros valores, el amor.
He dejado mi vida en manos de Dios, porque sé que por dolorosas que sean las pruebas que van a poner en nuestro camino, todo lo que ocurre es por nuestro bien, porque no podemos comprender por desgracia el complejo tapiz que se está tejiendo, porque no hay respuestas, pero estoy plenamente convencida que todo lo que ocurre no es por casualidad. No siento miedo, sé que no estamos solos. Sé que el reencuentro está ahí, al final del camino, cuando hayamos finalizado aquello que vinimos a aprender, es bonito pensar en el largo abrazo que le vamos a dar y en que tenemos por delante toda una eternidad para disfrutar junto a los seres que tanto amamos…
Teníamos tantísimas probabilidades médicas de que ocurriera de nuevo… pero confiamos y fuimos bendecidos con otro hijito, un niño muy especial que ha llenado mis brazos vacíos y que ha desterrado para siempre aquel silencio profundo que quedó en casa con la marcha de mi hijo mayor. Sin embargo cada hijo es único, es especial, cada maternidad distinta: la de Nano intensa, al límite, desgarradora, una maternidad donde el tiempo dejó de existir y donde un minuto se convirtió sencillamente en un año. La de Alejandro es una maternidad serena, sin sobresaltos, llena de alegrías, de felicidad, de risas, dos maternidades distintas pero sagradas las dos.
Han pasado los años, la lección que nos dio a través de su inmenso sacrificio de amor sigue ahí, nada ha cambiado, su luz sigue presente en nuestras vidas, sé que él nos ayuda y nos protege, y yo intento todos los días de mi vida serle fiel y seguir intentando crecer para convertirme en mejor persona. El camino está lleno de obstáculos pero sé que gracias a él lo conseguiré. Mi hijo Nano se ha convertido en mi luz y mi guía, mi hijo Alejandro en mi regalo.
Así que por esto, por todo lo que me has dado, por tu enorme sacrificio, por el inmenso regalo que has sido para mí, por lo privilegiada y bendecida que me siento porque me hayas permitido ser tu mamá, por todo ello, eternamente gracias, hijo mío. Sabes que te amo, para siempre.
Mónica Pérez