Había una vez, hace mucho tiempo, un pueblecito dónde las personas eran muy muy felices. Para poder comprender lo felices que eran, habrá que entender cómo eran las cosas en aquel entonces. Hay que saber que por aquellos días se les regalaba a todos, inmediatamente que nacían, una Bolsa de Pelusas, pequeña y suave. Siempre que una persona metía mano en su bolsa para buscar, sacaba de ahí una Pelusa Caliente muy abrigadora.
En aquellos días era muy fácil conseguir Pelusas Calientes. Cada vez que alguien tenía ganas de una, iba a tu encuentro y te decía: «Me gustaría recibir una Pelusa Caliente». Entonces uno metía la mano en su bolsa y sacaba una Pelusa, del tamaño de la mano pequeña de una niña. Tan pronto como la Pelusa salía a la luz del día, se iluminaba con una sonrisa y florecía transformándose en una Pelusa Caliente, amplia y abrigadora. Entonces tú colocabas una encima del hombro, o de la cabeza, o sobre las piernas de la persona, y la Pelusa se le acomodaba perfectamente, deshaciéndose contra su piel y haciéndole sentirse lleno de contento. La gente siempre se estaba pidiendo mutuamente Pelusas Calientes; y puesto que siempre se daban gratis, no era ningún problema tener siempre bastantes consigo. Había suficientes para todos, y por consiguiente cada uno se sentía feliz y estaba muy cómodo y abrigado la mayor parte del tiempo.
Cierto día, una bruja mala se puso muy enfadada, porque todo el mundo estaba tan feliz que nadie se ocupaba de comprar brebajes y emplastos. La bruja era muy lista e ideó un plan perverso. Una hermosa mañana, la bruja se acercó cautelosamente hasta un niño, mientras y le murmuró al oído: «mira todas las Pelusas que tu hemanita le da a tu mamá. ¿Sabes?, si lo sigue haciendo así, va a acabar por quedarse sin ninguna ¡y no quedará una sola para ti!».
El niño quedó estupefacto. Volviéndose a la bruja pregunto: «¿Quieres decir que no siempre habremos de encontrar una Pelusa Caliente cuando la busquemos en nuestra bolsa?». A lo que la bruja respondió: «No, desde luego que no; y cuando las Pelusas se terminen, ya no podrás tener más». Y diciendo esto, se fue volando, montada sobre su escoba, riéndose y cacareando por el camino.
El niño tomó la cosa muy a pecho y comenzó a fijarse cada vez que su hermanita le regalaba una Pelusa Caliente a alguien. Acabó por sentirse muy preocupado y disgustado, porque le agradaban mucho sus Pelusas Calientes y no quería renunciar a ellas. Pensaba que ciertamente no era justo que ella estuviera desperdiciando todas sus Pelusas Calientes en los niños y en otras personas. Así empezó a quejarse cada vez que la veía regalar una Pelusa Caliente a alguien; y como la niña lo quería mucho y no quería verlo preocupado, dejó de darles a los demás Pelusas Calientes con tanta frecuencia y las reservó sólo para él.
Los niños se fijaron en lo que sucedía y pronto comenzaron a pensar que era malo regalar Pelusas Calientes cada vez que alguien las pedía o tenía ganas de ellas. Y también ellos se volvieron muy cuidadosos en eso. Observaban a sus padres muy de cerca y siempre que les parecía que ellos regalaban demasiadas Pelusas a los demás, también comenzaron a oponerse.
La situación se complicó muchísimo porque, desde la llegada de la bruja, las Pelusas Calientes eran cada día más escasas; por lo que las que anteriormente eran gratuitas como el aire libre, ahora eran extremadamente raras y de mucho precio. Esta fue la causa de que la gente hiciera toda suerte de cosas para conseguirlas. Antes de que apareciera la bruja, las personas acostumbraban a reunirse en grupos de tres, cuatro, o cinco, sin que a nadie le importara demasiado quién le estuviera regalando Pelusas Calientes a quién. Pero, a partir de la llegada de la bruja, la gente empezó a dispersarse por parejas y a reservar todas sus Pelusas Calientes exclusivamente el uno para el otro. Las personas que, olvidándose de sí mismas, le regalaban a otro una Pelusa Caliente, inmediatamente se sentían culpables por ello porque sabían que su compañero seguramente lamentaría la pérdida de una Pelusa Caliente.
Pero no hace mucho, una mujer joven de grandes caderas, nacida bajo el signo de Acuario, llegó a esta desdichada tierra. Al parecer, ella desconocía todo cuanto se refería a la bruja mala, y no se preocupaba en lo más mínimo de que se agotaran sus Pelusas Calientes. Las repartía generosa y libremente, aun cuando no se las pidieran.
Tuvieron que pasar muchas lunas. Pero poco a poco se fue haciendo más común entre ellos el intercambio de pelusas calientes, como antes de que la bruja mala sembrara el temor entre los habitantes.
Algunas personas mayores tardaron mucho tiempo en perder sus temores y cicatrizar sus heridas. «¡Tenían tanta experiencia y tantos desengaños…!». Pero la paciencia y la generosidad de los otros que les brindaban generosamente sus pelusas calientes sin esperar nada a cambio rompieron finalmente sus resistencias y también ellos se atrevieron a compartir de nuevo sus pelusas calientes con los demás.