tipo de razones que pudieran argumentarse contra ella”.
El intolerante tiene en la soberbia a su mejor aliado. Se trata de una persona rígida que vive de dogmas
incuestionables, de verdades inobjetables, y no soporta la libertad de expresión
porque cree solo en su verdad como la única y la correcta.
Ve, lee y moldea el mundo
únicamente desde su óptica, le da forma a la vida solo a partir de sus
experiencias y de su ideología sin aceptar alguna que le sea diferente. Es curioso pero cierto, el intolerante acusa de intolerantes a los demás, denuncia la intolerancia a voz en grito, sin darse cuenta de que está atrapado en su estrecho pensamiento, cegado por sus creencias incuestionadas y aceptadas como verdad absoluta.
El blanco y el negro son los colores que dominan su pensamiento dicotómico, ese que le lleva a creer que el mundo, las personas o las circunstancias o son sus aliadas o están contra él. Su certeza es tal, que miran a los demás con desprecio ¡para que escucharlos! y si es que se dignan es solo para ejercer su poder de persuasión con el único objetivo de convencerlos de su errónea forma de pensar y de ver las cosas.
Generalmente se muestran inflexibles, actitud con las que se cierran a sí mismos las puertas del crecimiento y la evolución y, por supuesto, obstaculizan el progreso de las personas que les acompañan en el camino.