gente, sus grandes avenidas y sus parques. El pueblo el sosiego, los paseos por
el monte, el agua a raudales y mi
huerto.
alegre. Sencillo. No sé porqué me evoca al Platero de Juan Ramón Jiménez o al
lugar donde anhelaba retirarse Fray Luis de León para huir del mundanal ruido.
agradecido, simpático.
olvido de cuanto me rodea, casi de que existo. A veces es exigente y me pide
callos en mis manos, otras me provoca con plagas inesperadas – escarabajos y
pulmones en este estío- para que reaccione y avance, para que no me detenga.
tomates, pimientos, calabacines, remolachas de mesa, cebollas, repollos,
calabazas… ¡Hasta unos racimos de uvas!
doy mis tensiones, mis gritos y mis rabias – ¡ojala se quedara con todos mis
demonios y todas mis torpezas!- y él me
devuelve paz, sosiego, frutos sanos y saludables. ¡Cómo no estarle agradecido!.
me gusta plantar girasoles para los pájaros. ¡Qué también tienen derechos!.
gesto me hace sentir bien. Reconciliado con la Madre naturaleza.
me siento con tanta paz que me dan ganas de llamarle hermano, como si hubiera
bebido en las mismas fuentes que Francesco de Asís.
Turrado Moreno