Una vez leí que difamar y calumniar era como sacudir un almohadón de plumas por una ventana. Cuando éstas han volado difícilmente podremos recuperarlas de nuevo. Recogeremos algunas. Todas, imposible.
Es decir, aquel que difama ha de saber que, una vez sacudido el almohadón, el daño –muchas veces irreparable- está hecho. Ya nada será otra vez igual, porque por mucho repliegue y por mucho intento que haya para recuperar las plumas, nunca el almohadón volverá a estar completo.
Si a nosotros nos llega la maledicencia de una “supuesta” calumnia podemos adoptar diferentes posturas: guardar silencio y evitar así su propagación; mostrarnos indiferentes ante lo que no va con nosotros; combatir la maledicencia con argumentos en contra que muestren su inconsistencia; tomar partido a favor o en contra; seguir comentando el tema en nuestros corrillos aún sin ninguna mala intención…
No sé cuál es la mejor postura. Pero sí creo que la peor es esta última. Desde la inconsciencia y la superficialidad podemos extender sin querer (o queriendo) la calumnia hasta límites infinitos. Por seguir con el ejemplo del principio, es como si sopláramos las plumas para que se alejaran cada vez más del almohadón. Así, las posibilidades de recuperación mueren.
¿Por qué comentar lo que no sabemos si es cierto o no? ¿Por qué dedicar tiempo y energía a algo que sólo reporta desencanto? ¿Por qué engordar el morbo, perdiendo así la oportunidad de una actuación positiva?
Si tuviéramos la varita mágica para averiguar la verdad podríamos hablar y contar. Pero como no la tenemos, mejor callar que agrandar.
La Escribana del Reino
M.E.Valbuena