Si cada uno de nosotros somos la misma persona, ¿en qué consiste la diferencia de que unas veces pensemos que todo nos va de forma desastrosa y otras de forma positiva y enriquecedora?.
La diferencia radica en la interpretación que, en cada momento, hacemos de las cosas que nos suceden, en las creencias de las cuales partimos y en las opiniones, ideas o posturas rígidas o flexibles que adoptamos; estas limitan nuestra visión general de la realidad y bien facilitan que tengamos una visión clara y realista o bien introducen en nuestra visión, un grado mayor o menor grado de ceguera.
Unas veces potenciamos la confianza en nosotros mismos, el amor, la seguridad, la ilusión, la alegría y, nos metemos en un circulo positivo mediante el cual nos encaminamos hacia el éxito, y la potenciación personal, proyectándonos hacia la satisfacción y anticipando los logros favorables de las tareas que emprendemos.
Por el contrario, hay estados personales que nos paralizan, en ellos potenciamos el miedo, la inseguridad, la desconfianza en nuestra capacidad, nos creemos incapaces de conseguir nuestras metas y, o bien nos precipitamos buscando soluciones fáciles, arriesgadas y ¡a ver que sale!, con una probabilidad muy alta de error y fracaso, o nos metemos en nosotros mismos para lamentarnos de nuestra situación y adoptando posturas victimistas.
Parece claro que la elección en la forma de ver el mundo que cada uno desarrolle, va a determinar su estado de ánimo habitual, impulsándole, por un lado hacia el bienestar y la satisfacción personal, o llevándole directamente al punto de amargarse la vida y sufrir gratis.
Visto de esta manera podemos preguntarnos: ¿depende mi estado de ánimo del pie con el que me levante?.