UN DÍA CUALQUIERA


Erase una vez un día que parecía un día cualquiera, sin embargo él sabía que era un día muy especial y quería que todo el mundo se enterara, así que empezó a sonreír y a mirar a todos los que se cruzaban con él.

La gente, al principio, se extrañaba un poco. Qué cosa tan rara que un día cualquiera sonría tanto y nos mire a los ojos, se decían. Pero el día siguió haciendo su tarea sin descanso. Estaba muy decidido a que todo el mundo se supiera de que no era un día sin más.

Poco a poco la gente empezó a devolverle la sonrisa y tantas sonrisas juntas, se fueron colgando unas a otras hasta formar un enorme banderín que se andaba enrollando en las piernas y el cuello de los caminantes y les hacía detenerse un momento para mirarse así, abrazados por algo tan raro.

Y el día se tornó en atardecer y al llegar la noche se acostó feliz de haberlo conseguido.

Todos lo que se cruzaron con aquel día cualquiera acabaron recordando lo que habían vivido y se durmieron con una sonrisa enrollada en la almohada.

Este es el regalo de mi querida amiga Begoña Abad que me he encontrado esta mañana al abrir el ordenador. Éste pequeño gran cuento de vida desde lo sencillo, desde el encuentro con lo que trae ese día cualquiera que al pararnos, contemplarlo y poner conciencia en él se convierte en especial.

Gracias siempre Begoña por tu amistad, por saber ver lo sencillo y esencial de las cosas y compartirlo de forma tan generosa desde todos los poros de tu piel.

Autor entrada: MariaGuerrero