Con frecuencia pensamos que acudir al psicólogo es de personas que no pueden resolver sus problemas por sí mismos, de débiles, de locos o de personas incapaces para salir adelante por sí solos.
Esta idea nos impide pedir ayuda cuando nos encontramos en situaciones de conflicto o de sufrimiento emocional y, con frecuencia, tiene como consecuencia que nos encerremos en nosotros mismos y nos sentimos muy solos aunque estemos acompañados.
La mayoría de nosotros adoptamos desde niños una serie de creencias acerca de nosotros mismos y de los demás que no son verdaderas y precisamente por ello nos causan dolor. Creencias como “soy un desastre”, “nadir puede quererme siendo como soy”, “nunca encontraré una pareja”, “la gente no me acepta”, “tengo que ser fuerte y hacer las cosas muy bien para que me valoren y me quieran”… son creencias que nos hacen daño y nos llevan a vivir por encima o por debajo de nuestras posibilidades reales y afrontar las dificultades que se nos presentan de un modo determinado, generalmente poco realista.
Esta visión distorsionada la hacemos extensible a todos las áreas de nuestra vida, con nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros amigos, en el terreno profesional. Nos ponemos en manos de los otros al pretender obtener su valoración y reconocimiento a toda costa, muchas veces hasta el punto de olvidarnos de nuestras ideas, nuestros gustos, nuestros intereses personales para ajustarnos a las expectativas de los otros y así, poco a poco, vamos perdiendo nuestra identidad y alimentando la decepción, la frustración, el dolor a la vez que creando un gran vacío dentro de nosotros; un vacío lleno de desconcierto que generalmente tapamos con depresión, ansiedad, angustia, trastornos del sueño, obsesiones, manías, adicciones (drogas, alcohol, juego, sexo, limpieza..).
Acudir al psicólogo, en muchos casos, significa que estamos dispuestos a cuestionar nuestras creencias, enfrentar nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras indecisiones, bloqueos, que estamos dispuestos a trabajar sobre nosotros mismos para llegar a asumir la responsabilidad de nuestras relaciones, de nuestra sexualidad o nuestra agresividad, de nuestro estrés o nuestra ansiedad, nuestros problemas laborales o sociales, que estamos dispuestos a afrontar nuestros conflictos de pareja, en los que hay veces que solo es cuestión de una comunicación disfuncional.
Cuando el estar triste se convierte en algo cotidiano, cuando nos asusta acercarnos a una chica o mantener relaciones de pareja o acudir a una entrevista de trabajo, cuando damos vueltas y vueltas en la cama sin poder dormir, cuando nuestra concentración falla, cuando no encontramos sentido a la vida o cuando la relación familiar con los hijos o la pareja nos hace sentir infelices, cuando nos sentimos desubicados o creemos con frecuencia que nadie nos comprende, cuando nos cuesta trabajo levantarnos por la mañana y nos preguntamos ¿para qué? o cuando encontramos dificultad para disfrutar de y con las cosas que nos rodean, es un buen momento para acudir al psicólogo.
Podemos aprender a ver las cosas de forma más realista, cuanta más distancia seamos capaces de poner de ellas. Siempre he pensado que el sufrimiento “gratis” es absurdo y, lo más importante, es estéril.
Pedir ayuda no nos desmerece, al contrario, es un acto de valentía, una apuesta por nosotros y nuestra felicidad.